Tal como el
ser humano ha diseñado nuestra vida civilizada, haciendo uso de su libre
albedrío y criterio, tiene que aceptar que, las crisis, en forma de recesiones,
inflaciones, burbujas económicas y otras, son ya parte constitutiva del sistema
económico que consideramos el “menos malo”. Por tanto, no debe sorprendernos la
presencia de estas “crisis” cada cierto tiempo; lo que sí es nuevo es que, cada
vez las vivimos con mayor frecuencia, y con una duración que supera ampliamente
cuando acontecían hasta la década del setenta. Sin embargo, hoy en día, hay
algunos estudiosos del comportamiento humano que nos dicen: “No hay crisis, hay
cambios y quien no acepta los cambios entra en crisis”. Personalmente, me inclino
por este enfoque, que tiene que ver con la ambición y “la mente del estratega”.
Nunca será
posible conocer en un cien por ciento la causa de los cambios, a veces
radicales, en las tendencias económicas, políticas, socio-culturales, técnicas y
ecológicas, así como las posibilidades de éxito para el trabajo del estratega
de una empresa; de allí el nombre de empresa “de capital de riesgo”. Algunas
tendencias se muestran más fáciles de comprender y de cuantificar sus efectos,
por su relativa lentitud con la que cambian. La magnitud y frecuencia del cambio
de estas tendencias conducirá a diferentes expectativas del papel que las
empresas deberían desempeñar. En este sentido, las empresas no podrán cumplir
su misión, sólo con el uso eficiente de sus recursos; principalmente, será
necesario la efectividad, que será
posible por el grado de sensibilidad y criterio del estratega hacia el entorno.
De alguna
forma u otra, el cambio afecta a todas las estrategias, por más originales y
brillantes que estas sean. Una empresa tendrá éxito en el logro de su
crecimiento sostenido, año a año, si es que ha aprendido a responder a los
cambios que acontecen en el entorno, y a la variedad de interrelaciones que
involucran las tendencias anteriormente mencionadas. Si los cambios que operan
en el medio ambiente destruyen y generan oportunidades de negocio, se impone,
entonces, la capacidad de desarrollar la planeación inteligente, y el poseer
conocimientos profundos sobre el negocio en situaciones específicas relevantes
para una empresa en particular. Las oportunidades de negocio y el riesgo
inevitable que las acompaña exigen al estratega un serio interés en saber lo
que acontece fuera de su empresa.