Todo sector
industrial, cualquiera sea su tipo, no está exento de evolucionar; en él, se
generan cambios que pueden alterar el equilibrio estratégico, que influyen en
las formas de competir elegidos por los participantes del sector. Por ejemplo, pueden
influir en el ciclo de vida de los productos; cambian las tasas de crecimiento;
la diferenciación de los productos y servicios disminuyen en la medida en que madura
la empresa, y las empresas tienden a integrarse en forma vertical, hacia
adelante o hacia atrás. En sí, estas tendencias no son importantes; lo que
resulta problemático es si acaso afectan los orígenes de la competencia. Las
tendencias prioritarias, desde un punto de vista en su conjunto, son aquellas
que hacen perder vigencia a las estrategias que, en su inicio, fueron
originales.
El marco para
analizar la competencia, puede utilizarse asimismo para prever la eventual
rentabilidad en un sector industrial. En el planeamiento a largo plazo, uno de
los objetivos consiste en analizar cada fuerza fundamental, y luego construir
un panorama compuesto del potencial de utilidad probable del sector. En tal
sentido, la clave para el crecimiento sostenido consiste en elegir una posición
que sea menos vulnerable al ataque directo por parte de los rivales, ya sean
establecidos o nuevos, y menos vulnerable a la erosión del rumbo de los compradores,
proveedores y sustitutos. El adoptar tal posición puede tomar diversas formas,
solidificar las relaciones con los clientes clave, distinguir el producto
objetiva o psicológicamente a través de la mercadotecnia e innovación.
Para que la empresa
adquiera la capacidad de aprovechar los cambios ocurridos en el sector, tiene
que convertirse en una “organización de aprendizaje”, que significa aprender a elaborar
nuevas respuestas al cambiante entorno, tal como la concibe Peter M. Senge. Pero
la organización de aprendizaje exige algunas conductas. Una de ellas es la
humildad que debe mostrar la alta dirección, reconociendo que no lo sabe todo y
que no tiene las respuestas para todo. La segunda, es la clara distinción que
se tiene entre autoridad y compromiso; cuando se necesita el verdadero
compromiso, la autoridad jerárquica resulta problemática. No existe sustituto
del compromiso para originar profundos cambios internos en la organización. La empresa
no puede forzar a ningún integrante a aprender si el aprendizaje implica nuevos
modos de pensar y actuar.