El uso de la
inteligencia es un asunto de vital importancia no sólo en la concepción, sino
también en la ejecución de la estrategia. Las guerras, al igual que la
competencia, no se ganan con el uso único de las armas o la tecnología de punta,
sean físicas o conceptuales, se ganan con esfuerzo inteligente, aprovechando al
máximo fuentes desarrolladas de inteligencia. La inteligencia sólo se puede
emplear estando presente dos elementos clave: 1) abundante información sobre el
mercado y el sector, las fuerzas del competidor, estilo de quien dirige la
empresa rival, y sobre las propias capacidades de la empresa, y 2) capacidad
para pensar, de forma original y lateral.
Una forma de usar
la inteligencia es mediante la elaboración de mensajes y señales engañosos o de distracción, que hagan pensar a la
competencia en algo que está muy distante de lo que se esta planeando realmente
hacer. La idea es debilitar a la empresa rival en su capacidad de competir y de
responder a nuestras originales iniciativas; también se estila debilitarla
moralmente a la competencia, desanimándola a rivalizar con nuestra empresa. Las
iniciativas y acciones sorpresivas o inesperadas, exigen un uso original y
disruptivo de la inteligencia; la práctica de la innovación y la estrategia del
Océano Azul, son un ejemplo.
Otra forma
importante de hacer un buen uso de la inteligencia es, llegar a determinar la
correlación de fuerzas o la fuerza relativa de la nuestra en comparación con
las del principal competidor. Napoleón
decía: “El arte de la guerra consiste en usar fuerzas superiores allí donde el
enemigo las tiene inferiores”. Hoy, con el adelanto tecnológico,
específicamente la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC),
menos puede ser más. ¿Cómo así? La idea es concentrarse en pocos mercados meta,
para los cuales nos sentimos en capacidad de atender mucho mejor, de manera más
inteligente, que cualquier otro competidor.