Peter Drucker, en su libro La
Gerencia de Empresas, de 1954, cuenta una anécdota que describe de cuerpo entero
el pensamiento que predomina aún sobre las herramientas de gerencia en general.
“Hace pocos años recibí la siguiente carta del presidente de una compañía: ‘empleo
2,300 personas, en su mayoría mujeres, que realizan tareas de montaje no calificadas.
Le agradeceré que me envíe lo antes posible una política de personal adecuada y
adjunte una nota con sus honorarios’. Durante mucho tiempo consideré esta carta
como una buena broma, aunque involuntaria.” Todo problema empresarial, creen se
resuelve con alguna receta del consultor, incluido el planeamiento estratégico.
En los artículos de revistas
especializadas, de blogs; en los libros que se trata profusamente sobre el tema
del planeamiento estratégico, se espera encontrar alguna receta que calce con el
problema particular de nuestra empresa, su relación de rivalidad con los
competidores y su actuación en el mercado dentro de este contexto. Quisiéramos
encontrar alguna receta o sugerencia que se acerque lo más a nuestra realidad y
copiar mecánicamente la “solución” planteada. Nos resistimos a entender que, en
estos tratados se describen herramientas conceptuales, teorías que sirven sólo
como guías y que la solución es una decisión nuestra, usando conocimientos,
experiencia y criterio.
Teóricos sobre planeamiento
estratégico, como Alfred Chandler (Estrategia y estructura), Igor Ansoff
(Estrategia corporativa), Kenneth Andrews (El concepto de estrategia), Michael
Porter (Estrategia competitiva, Ventaja competitiva), Henry Mintzberg (Subida y
caída de la estrategia), James Brian Quinn (Estrategias para el cambio), kenichi
Ohmae (La mente del estratega), George Yip (Transformación estratégica) y otros,
han escrito sobre herramientas gerenciales que nos servirán como referencia
para no cometer errores cuando diseñamos y formulamos estrategias empresariales.
No nos dicen qué hacer, sino lo que debemos tomar en cuenta al hacer.
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